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Resistencia mapuche: una lucha por la (pre) existencia territorial y la afirmación de su identidad 

Hugo Aranea reflexiona sobre la relación entre el pueblo mapuche y el aparato institucional argentino construido, desde el origen, a sangre y fuego. La insistencia gubernamental por borrar absolutamente todos los vestigios de su (pre) existencia, la violencia física, pero también simbólica, y el hostigamiento que sufren hasta el día de hoy.

El conflicto sobre el territorio ancestral de los pueblos originarios en nuestro país tiene una larga historia de luchas, avances y retrocesos. La pelea por la tierra en la región patagónica bordea los márgenes de la agenda informativa nacional, no se encuentra en los títulos principales; pero si se busca, el meta mensaje hoy es clave: no dudan en llamar terroristas a los que consideran “pseudo-mapuches”. Este pueblo es paradigmático: la violencia se presentó de múltiples formas a lo largo de su historia, pero la comunidad patagónica se rebela y resiste por la tierra y por la identidad. 

Hugo Aranea es mapuche, miembro de la comunidad Waiwen Kuruf e integrante de la Coordinadora Parlamento Mapuche-Tehuelche; por su biografía personal y la historia que lo rodea, también es secretario general de la CTA de Viedma. Entiende que son muchas las injusticias que se superponen sobre su pueblo: la discriminación, el racismo, el clasismo, la negación, el despojo y el genocidio que dieron origen al Estado argentino. Charlar con él es hablar con su comunidad y su historia, es difícil o imposible, escindir uno del otro. Saluda y se despide en su lengua de origen: el mapuzungun. Dice su nombre y a continuación menciona a la comunidad a la que pertenece cada vez que se presenta. Casi no hace falta preguntar por la pertenencia: está a la vista.

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La argentinidad a sangre y fuego: el genocidio fundante 

Hugo recorre a través de su relato cuál es el sentido que su pueblo le da al territorio, y cómo la irrupción violenta del aparato institucional del Estado argentino va a marcar esa relación con sangre y fuego, hasta el día de hoy, como un genocidio fundante: “Argentina todavía no reconoce que se ha fundado oficialmente sobre un genocidio”. Sostiene que la relación con el Estado fue un vínculo de violencia e imposición desde sus comienzos con el objetivo de apropiación de los territorios mapuches. Al genocidio le siguió el desarraigo y esparcimiento de lxs que quedaban:A los cuatro vientos para que no se puedan rearmar nunca más”, dice Hugo para luego dar un sorbo a otro mate y hacer un rato de silencio. Y agrega: “Nosotros decimos que es el primer genocidio del Estado y que son crímenes de Estado. En algún momento vamos a tener que plantear que son crímenes de lesa humanidad”.

Cuenta que en lo que hoy es Argentina viven alrededor de cuarenta pueblos, pero que la imposición violenta de la identidad sigue siendo una marca en la relación con la argentinidad: “Hoy hablamos de una sola identidad como la Argentina y ‘somos todos argentinos, católicos, occidentales’ y en realidad es una gran mentira, una imposición que se hizo con el genocidio. Y esa irrupción violenta va a marcar la relación”. 

En su publicación “Coordinación represiva contra el pueblo mapuche” el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) sostiene que existe una articulación de inteligencia ilegal, militarización y estigmatización para impedir el ejercicio de los derechos indígenas, y que la construcción de la ‘amenaza mapuche’ da cuenta de: “Cómo las prácticas judiciales y de las fuerzas de seguridad, que incluyeron operaciones de inteligencia ilegal, estuvieron alineadas con decisiones políticas que tuvieron y tienen como objetivo perseguir y criminalizar a activistas mapuches y quienes los acompañan”

Este es el marco para entender las vinculaciones entre violencia directa, estructural, cultural y simbólica. Es la criminalización de estos grupos lo que “legitima” en el discurso hegemónico, las violencias y vulneraciones de derechos humanos fundamentales como el reconocimiento de su propia identidad e integridad y patrimonio cultural, el derecho colectivo de propiedad sobre sus territorios, así como a la consulta y participación de los pueblos en los asuntos que le afecten sus principales derechos.

Walter Delrío, Magister en Etnohistoria e investigador del CONICET, expone que tal discurso hegemónico apela a la construcción de un estereotipo del indígena como peligroso, guerrillero, militante, irracional, violento, presenta tres caras: la educación, los medios de comunicación y el discurso político. Tales caras del discurso hegemónico, coinciden en difundir y establecer como verdades absolutas no sólo dicho estereotipo, sino también conceptos claves ya apropiados por el ideario social que signan la violencia simbólica a la vez que legitiman la violencia física. 

El enemigo interno: extranjero-criminal y la negación de la identidad

Aranea y Walter Delrío coincidirán que el sistema educativo será fundamental en esta institucionalización violenta del borramiento de los pueblos, su historia y la negación de la identidad. “En la escuela hablaban en pasado: ‘existieron’, ‘vivían’, ‘no están, o ‘están muertos’. Y nosotros teníamos a nuestros padres, nuestras abuelas, nuestros hermanos mirándonos la cara. La estrategia de dominación fue: ‘te desaparezco, te niego, no existís’. Pero lo más tremendo fue la obligación a la autonegación de los pueblos, o sea que nosotros mismos integrantes de los pueblos nos negamos a nosotros mismos por imposición del dominador”, reflexiona. Luego de tomar otro sorbo de mate, Hugo recuerda que a su madre cuando iba a la escuela le prohibían hablar la lengua, pero se lo prohibían a varillazos, así como de participar de ceremonias. “La apropiación por parte del Estado argentino de los territorios va a profundizarse a partir de la construcción de todo el aparato institucional que va a estar al servicio de ese objetivo: borrar absolutamente todos los vestigios de los pueblos originarios. No existen más, a partir de ese momento existe una sola identidad que es la Argentina. Y algunas instituciones van a ser claves y estratégicas: una de esas es la educación”, indica Aranea. 

¿Cómo logra el discurso hegemónico implantar en el ideario social la idea de que los pueblos originarios son enemigos del orden civilizado? ¿Cómo logran legitimar la idea de que no tienen el derecho a reclamar y resistir por sus tierras? 

De ambos lados de la cordillera la estrategia fue extranjerizar a los pueblos originarios, es decir, otorgarles un origen extranjero de manera de no reconocer como legítimos sus reclamos sobre el territorio ancestral con el argumento de no pertenecer al “territorio nación. Desde una mirada que surge de las entrañas, Hugo Aranea agrega: “Desde el lado de Chile decían que los mapuches eran argentinos que habían invadido entonces había que correrlos; y de este lado ya Roca va a plantear que los mapuches eran chilenos, por lo tanto, estaban violando la soberanía y comenzaba a fabricar al enemigo interno de este país. Esta estrategia es precisamente el desconocimiento de su origen para poder de alguna manera avanzar con este aparato represivo”

La larga historia del aparato represivo institucional y el proceso de extranjerización no comenzó de manera reciente, sino que fue tomando distintas formas a lo largo de casi 140 años. Comenta Hugo: “La conformación de distintos aparatos represivos comenzó con la ocupación territorial por parte del Ejército Argentino y después la creación de algunos grupos especiales como Las Fronterizas, que eran precisamente grupos de represión hacia el pueblo mapuche para defender los intereses de los estancieros”. Será la Gendarmería, luego, la que va a ocupar los territorios con la excusa de defender las fronteras. 

Criminalización y represión persistente

Las fronteras y el aparato represivo, la extranjerización y conformación del pueblo originario como “enemigo nacional” supone la criminalización de los integrantes del pueblo mapuche, particularmente de “aquellos que mantuvieron la lucha de la resistencia frente al avance del Estado”. Hay muchos ejemplos: Rafael Nahuel, Santiago Maldonado, Elías Garay. Con tono sereno Hugo emite su sentencia diciendo que las balas que los mataron vienen desde la Campaña al Desierto: “Es el Estado argentino que sigue matando a los pibes por plantear una recuperación territorial o por pelear en el barrio por un espacio donde vivir”. Sostiene que a quienes quieran romper la lógica de la propiedad privada y reclamar, no importa el lugar que se desarrollen, rurales o urbanos, van a transformarse inmediatamente en el enemigo y se monta una campaña para transformarlos en enemigos de la sociedad: “Y no es una cuestión personal, es una cuestión precisamente de la reacción frente a lo que puede ser una cuestión colectiva. Los referentes de esas luchas nos convertimos rápidamente en blanco de esa represión. En todos los sentidos, represión política, represión jurídica y la instalación del enemigo interno”

 

Durante el mes de agosto de 2022, se dio lugar al juicio oral y público en su contra, la Fiscalía lo imputó por “usurpación” de un predio del barrio Nueva Vida de Viedma. Fue absuelto en primera instancia y luego el Tribunal de Impugnación revocó la sentencia absolutoria y ordenó la realización de un nuevo juicio. Él dice que no es un hecho aislado. Más allá de las metodologías, por momentos más violentas que otras, Aranea repite que todos los días se sigue desarrollando la represión en los barrios populares y que es una definición política mantener este aparato represivo a lo largo de la historia: “Macri, Milei e incluso gobiernos peronistas con algunos matices, la política central no ha variado nunca. Nunca varió. Por darte un ejemplo con un lugar que es muy conocido como Bariloche. Cuando venís a Bariloche vas a ir a la zona turística, pero después tiene El Alto. Y los pibes del Alto, no pueden bajar a la zona turística porque los persigue la policía, porque los mete presos, porque si los detectan andando por ahí los sacan de raje y a los palos. La idea es mantener a los pueblos permanentemente con represión, perseguidos y condicionados. Las cárceles están llenas de los pibes nuestros. Entonces, ese esquema de dominación represivo y clasista y racista está vigente”. 

 

Finaliza remarcando que luego del primer desarraigo reconoce otro más paulatino, que acorrala en la miseria y la pobreza a su pueblo: “Vinimos a parar a los cordones periféricos de las ciudades donde sufrimos todas las necesidades y la violencia, y ahí seguimos sufriendo los embates del sistema. El aparato institucional sigue tan violento y tan perverso y defensor de los intereses de los sectores del privilegio como lo fue al principio. Jueces, fiscales, procuradores, están todos alineados en esa política”.

En la reforma de la Constitución Nacional de 1994, la lucha de los pueblos originarios consiguió que en el art. 75 inc 17, se reconociera la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas, la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan, el respeto por su identidad, el derecho a una educación bilingüe e intercultural, y el compromiso de regular la entrega de territorios aptos y suficientes para el desarrollo humano. Antes de esta reforma los pueblos no existían

 

Hugo reconoce que hubo grandes avances a nivel legislativo, pero que hoy por hoy es como si no existieran. En los últimos años hubo derogaciones y modificaciones que van dejando sin vigencia los derechos que fueron arrancando: “la verdad es que nos vienen llevando puesto con las estrategias del sistema que es conseguir la mayoría en las legislaturas. Vienen desarmándonos todo aquello que nosotros logramos conseguir. Hay una fuerte ofensiva de los gobiernos para volver hacer retroceder nuestros derechos. El panorama hoy no ha variado, es más, estamos ante una fuerte ofensiva de este sistema capitalista, para volver a desconocer los derechos de los pueblos originarios y de todos los sectores populares”

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