
Trashumancia: huellas ancestrales en Neuquén
Cada primavera, familias de crianceros del norte neuquino recorren kilómetros a caballo para llevar su ganado hacia las veranadas cordilleranas. La trashumancia, reconocida por ley como práctica ancestral, sigue vigente como forma de vida y de producción en la región.
Con la llegada de la primavera a las tierras neuquinas, se ven jinetes que arrean rebaños de vacas y ovejas, manadas de caballos y piños de chivos por los caminos del centro y norte cordillerano de la Provincia. Hombres, mujeres y niños acompañan a sus animales hacia las veranadas o las tierras altas en busca de agua y pasto. El inicio de la temporada de deshielo coincide con el agotamiento de las pasturas que crecen en los valles o tierras bajas. Así comienza una etapa más del ciclo de la trashumancia.
Dos veces al año, los crianceros acompañan a sus animales por huellas arreo, caminos rurales y rutas provinciales y nacionales. Familias enteras se mudan desde las invernadas o tierras bajas precordilleranas a las veranadas, ubicadas en la Cordillera de los Andes, próximas al límite con la República de Chile. Cuando el agua es escasa en los valles, cuando la siembra de alfalfa, cebada y trigo se ha agotado en los campos, cuando la pastura natural no alcanza para alimentar a los animales, las familias obedecen el ciclo natural y migran.
Memoria ancestral
Suyai Ortiz es miembro de la Comunidad Mapuche Millaqueo, tiene 36 años y practica la trashumancia junto a su familia. En invierno, vive en el Paraje Aguada de Chacay, pero en noviembre o diciembre se muda a la veranada familiar ubicada en Cochico Grande hasta el inicio del otoño. Ella explica: “La mayoría de las familias van hasta marzo o abril. Nos quedamos allá. Después comienzan los fríos muy intensos. Los animales adelgazan. Entonces, hay que volverse.” El viaje dura tres días a caballo, a veces hasta diez.
Suyai recuerda su primer arreo con emoción: tenía 10 años y coincidió con el último de su abuela de 90 años. Desde su mirada, la trashumancia es:“Una costumbre que la han hecho nuestros padres, nuestros abuelos. A pesar de que a veces se sufre, porque hay que estar todo el día, andar arriba del caballo, por ahí con mucho calor, otras veces mucho frío, viento y todo. Para quien realmente se ha criado en el campo y ha vivido esto de chico, es algo lindo que uno vuelve a recordar; y entonces, a pesar de todo, es algo muy lindo volver a vivirlo.”
Los preparativos. Cuando el clima indica que habrá viento o lluvia, las mujeres cocinan torta fritas, panes, alguna comida o carne hervida, para llevar durante el viaje; porque saben que no podrán hacer el tradicional asado del primer día de arreo. Si es necesario, también transportan leña y agua. En el camino hacia su veranada, cada familia sabe dónde están los sesteos y los alojos. En los sesteos, se detendrán a descansar y almorzarán al mediodía; y, en los alojos, pasarán las noches junto a sus animales. De este modo, en cada primavera se renueva el lazo de memoria compartida entre crianceros y animales. Juntos emprenden un nuevo viaje hacia las tierras cordilleranas, donde el agua de deshielo alimenta el cauce de los arroyos y ríos neuquinos.
El arreo. El viaje inicia a la madrugada, antes de que el sol asome, se interrumpe para el almuerzo y luego continúa hasta la tarde. “Se para medio temprano por los animales que van cansados y por ahí no hay que cansarlos mucho, ni que se lastimen, sobre todo los animales más chicos. La mayoría de las veces se elige un día lindo”, explica Suyai.
Durante la primera jornada de arreo, la familia Ortiz transita por un territorio sin sombra para ellos ni para los animales. Se trata de “una zona muy seca, entonces hay que llegar sí o sí hasta donde se encuentra el agua, cerca de la Estancia Llamuco”, repasa hablando en voz alta su memoria. Ese día, el arreo dura hasta las 5 ó 6 de la tarde, horario en que llegan al primer alojo.
Antes, la trashumancia sólo se hacía a caballo -cuenta Suyai-, pero ahora algunas familias recorren las huellas de arreo con vehículos, en los que transportan colchones, matras, frazadas, comida y animales.“Estos últimos años se ha visto más mujeres arreando que hombres. Quizás el hombre va acompañando en la camioneta, llevándole las cosas, y la mujer va de a caballo arreando”, cuenta la mujer cuyo nombre significa esperanza en Mapuzungun. La misma que mantiene la tradición de su abuela, y prefiere cabalgar durante los tres días que tarda en llegar hasta Cochico Grande desde el Paraje Aguada del Chacay; la que lleva su equipaje a lomo de algún caballo carguero y, por las noches, duerme sobre un recado transformado en cama.
En cada arreo, las y los jinetes charlan, comparten recuerdos en familia y se encuentran con gente de otros arreos. Para Suyai, un arreo es una ocasión para conocer qué se hacía antes y oír a los mayores contar sus historias que, en definitiva, son las historias de su gente y de su tierra; por ejemplo, cuando explican: “este alambrado hace años no estaba, lo han puesto ahora.”
Alambrado jurídico para una práctica ancestral
La trashumancia es una forma de ganadería pastoril característica del centro y norte de la Provincia del Neuquén, donde es reconocida por su valor cultural y turístico. Se trata de una práctica sustentable heredada de generación en generación por el pueblo mapuche, anterior a la creación de los estados nacionales y provinciales, que respeta los ciclos estacionales y permite la renovación de las pasturas naturales y sembradas que alimentan los ganados ovino, caprino, equino y bobino criados en la zona. Desde el año 2016, la provincia de Neuquén garantiza el derecho de las familias trashumantes a transitar con su ganado por las huellas de arreo mediante la Ley Provincial 3016.
Según datos oficiales de la Secretaría de Emergencias y Gestión de Riesgos, en abril de 2025, unas 1500 familias trashumantes retornaron a sus viviendas de invernadas donde tienen sus casas principales. Entre estas familias, se encuentran crianceros de comunidades mapuches y criollos que han adoptado la trashumancia como forma de producción familiar.
La legislación no diferencia el origen de las familias trashumantes, por lo que iguala en derechos y obligaciones a integrantes de comunidades mapuches y fiscaleros o criollos. Ni unos ni otros acceden a la titularidad de las tierras fiscales donde tienen sus veranadas.
Por lo tanto, las familias pertenecientes a comunidades mapuches también deben gestionar año a año los permisos de veranadas, ante la Dirección Provincial de Tierras, a riesgo de perder el derecho ancestral de retornar a sus viviendas de temporada estival.