
Entre hebras y recuerdos ancestrales: la voz de una tejedora mapuche
Rosa González, tejedora mapuche de Neuquén, mantiene viva una tradición ancestral que aprendió de su abuela y hoy transmite en su taller. Entre hebras de lana y recuerdos, Rosa enseña a hilar y tejer al telar, conectando a nuevas generaciones con la memoria y la identidad mapuche a través de cada pieza tejida a mano.
Rosa Gonzalez nació en Cajón del Manzano, un paraje ubicado en el Departamento Loncopué, en la Provincia del Neuquén, en la Patagonia Argentina. Su voz suave y continua evoca el cauce de un arroyo, tal vez el mismo que ella recuerda al hablar de su infancia. Ese arroyo donde se bañaba con sus abuelos cada día de San Juan para festejar el Año Nuevo Mapuche. Al pensar en ese día, a su memoria viene una frase que decían sus abuelos: “a esa hora pasa el agua bendita”.
Con mezcla de emoción y alegría, Rosa cuenta que la familia se levantaba cerca de las 4 am, se bañaba en el arroyo y “apenas estaba clareando el día, se reunía a rogar a Dios en su idioma mapuche”. Ella habla de su familia en tercera persona, como si fuese testigo de su propia historia, como si evocara momentos de otra vida, aquella en la que no se le permitió aprender a hablar “mapudungun”, “el idioma de ellos”, porque “antes se trataba muy mal a los mapuches”, explica. Sin embargo, aclara que sí es capaz de entender la lengua de sus ancestros al escucharla.
El “mapudungun”, al igual que el recuerdo de una casa construida con piedras y techada con coirones, constituye una hebra de su memoria, un rastro de la historia familiar que su abuela le heredó al enseñarle a urdir el telar. Una tradición que ahora comparte con las estudiantes del taller de Tejido en Telar Mapuche que coordina en la localidad neuquina de Las Lajas, una ciudad ubicada en el Valle del Río Agrio, en el centro de la Provincia del Neuquén, donde vive desde hace cuarenta y cinco años.
Como tallerista, Rosa quiere que sus alumnas aprendan el trabajo artesanal que implica completar una labor en el telar mapuche; por ello, enseña a hilar la lana de oveja desde el vellón recién esquilado hasta la pieza artesanal terminada. Hay estudiantes que llevan sus propios husos, heredados de sus abuelas. A veces, cuando la tuerca sobre la que se encastra el palo no gira bien, alguien comenta que hay alguna abuela celosa, que no quiere prestar su huso. Entonces, el taller se inunda de risas suaves y movimientos de hombros que atestiguan la picardía de hablar de otras abuelas. El momento dura un instante, el sonido de las risas se pierde y las mujeres vuelven al hilado, a transformar en ovillos los vellones que tienen enroscados en sus muñecas.
Así, durante los encuentros, las nuevas tejedoras toman trozos de vellones y aprenden a hilar, pellizcan hebras de lana y unen los hilos finos que se arman entre sus dedos, después, los tuercen y enroscan sobre los palos de los husos, que representan historias, legados y costumbres de sus propias familias; por último, arman los ovillos que luego utilizarán para urdir sus telares, conformados de una estructura cuadrada con dos varas gruesas ubicadas de forma vertical y otras dos más finas los quilwos y tonones, cruzadas de manera horizontal.
Las tejedoras pasan horas frente a sus telares, a veces de pie, y otras sentadas. Cada tejido tiene dos ovillos, uno a la izquierda y otro a la derecha. Con sus manos atraviesan los infinitos urdidos en el telar hacia uno y otro sentido. Así, tejen, así dibujan y hacen que la trama del tejido avance hacia arriba, mientras presionan sus labores de forma continua con los ñirehes, para que la artesanía quede prolija.
Rosa mira los telares de sus estudiantes apoyados sobre la pared del escenario del Salón Rafael Cayol de Las Lajas y recuerda sus primeros encuentros con el telar y la tradición que su abuela le enseñó. Entonces cuenta que, luego de urdir un telar, su abuela le dejó en el piso un tejido que había hecho. Después le pidió que hiciera esa labor. Ella cree haber tenido 10 años, cuando oyó a su abuela decir: “Esa labor quiero que me la haga ahí. Y si usted aprendió a leer. Y así como usted aprendió a leer, aprende ahí”. Con sus pensamientos ubicados en el pasado, Rosa recupera una hebra más de su historia para tejer este recuerdo y agrega: “Y yo con mi mente miraba”.
A los 62 años, la profesora de tejido mapuche afirma que tejer es como escribir con lana. “Es como escribir en un papel, se escribe en el telar. No es más difícil que otra cosa. Si uno se pone en la mente que va a hacer esa labor, lo hace. Yo, por ejemplo, si tengo que hacer una labor que me piden, yo como que lo sueño antes, al otro día lo saco.”
En cada telar que urde, Rosa se conecta con sus ancestros, con su abuela; mientras las hebras de lana evocan recuerdos que la colman de emoción por aprender, por ver que la imagen soñada días anteriores se materializa en un tejido, que entrelaza lanas naturales o teñidas con yuyos para que den los colores que ella escogió.